Entrevista a Mónica Sans, responsable del PDU de Genética Humana de la Sede Tacuarembó sobre «la huella indígena en la identidad uruguaya»

Durante muchos años en Uruguay prevaleció la idea de que vivíamos en un país sin indígenas. Su desaparición se aceptaba como un hecho, así como también el predominio casi absoluto de la influencia europea en la construcción de nuestra identidad. Este era el paradigma más aceptado en la década de 1980, cuando Mónica Sans se interesó en el estudio de esta temática. Desde ese momento la investigadora ha aportado numerosas evidencias científicas sobre el mestizaje en la población uruguaya.

La investigadora es licenciada en Ciencias Antropológicas por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE) de la Udelar, además realizó una maestría y un doctorado en Ciencias Biológicas por el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba). Es profesora Titular de Antropología Biológica en la FHCE, investigadora nivel 5 del Pedeciba- y nivel III del Sistema Nacional de Investigadores. Ha sido precursora en el campo de la antropología biológica en Uruguay, vinculando en sus estudios la genética de poblaciones con las ciencias antropológicas y la arqueología, en la cual también se formó. Sobre su trabajo dialogó con el Portal de la Udelar. 

En la década de 1980 Sans inició investigaciones sobre el mestizaje en nuestro país, motivada por una observación del pediatra e investigador Fernando Mañé-Garzón: en el Hospital de Clínicas nacían muchos niños que presentaban un rasgo conocido como mancha mongólica (una zona pigmentada de la piel ubicada generalmente en la región lumbo-sacra), considerado un marcador genético respecto al origen étnico racial. Esta característica se encontró en casi 42% de los niños estudiados por Sans. «Si bien la frecuencia de la mancha mongólica no era la esperada de acuerdo a la concepción aceptada sobre nuestro origen poblacional, no podíamos definir si correspondía al aporte indígena, africano o ambos combinados», explicó la investigadora. Esta mancha está presente tanto en poblaciones de África como de Asia del Este, de donde hoy se conoce que provienen los indígenas americanos, por eso en América estas poblaciones conservan este y otros marcadores característicos. 

Era premolecular

«En los ochenta en Uruguay nadie negaba el aporte africano, pero se suponía que era muy chico como para tener una frecuencia tan elevada de mancha mongólica, cuatro veces mayor a la esperada en poblaciones europeas o de descendientes de europeos», explicó Sans. Por eso junto a otros investigadores comenzó a buscar formas de diferenciar la ancestría indígena de la africana. Además, en Uruguay el aporte asiático está descartado, explicó Sans, porque en aquella muestra no se encontraron familias que dijeran tener antepasados de Asia del Este y tampoco en otros estudios desarrollados más tarde. 

En ese momento en Uruguay prácticamente no se realizaban estudios de ADN, «fue una época premolecular, recién en 1980 se publicó a nivel mundial el primer estudio a nivel genético con una muestra de siete individuos humanos con este enfoque más poblacional», señaló. Por tanto Sans y su equipo se enfocaron en otros marcadores morfológicos, uno de ellos fue el llamado «diente en pala». Este rasgo se presenta con graduaciones -al igual que la mancha mongólica-, y es difícil determinar hasta qué punto está presente. Igualmente fue encontrado en un 25 a 27% de las personas de la muestra, «el doble de lo esperado en una población europea o africana», puntualizó, «era claro que había un aporte indígena pero no lo podíamos cuantificar con precisión». 

Para 1990 «estábamos convencidos de que había un aporte indígena que no estaba para nada considerado en la identidad uruguaya», señaló Sans, entonces decidieron estudiar marcadores sanguíneos: la clasificación en grupos A, B, AB o 0 y el factor Rh. Para eso se conectaron con el equipo del Banco de Órganos y Tejidos (actual Instituto Nacional de Donación y Trasplante), donde se registraban numerosos datos sobre estos y otros marcadores biológicos necesarios para buscar compatibilidad en los trasplantes, tales como el complejo HLA. En base a esa información, sobre una muestra de Montevideo y el sur del país, Sans realizó su tesis de maestría. 

«Por primera vez logramos calcular cuánto podía haber de ancestría de indígena en la población uruguaya. Para Montevideo nos dio un valor muy bajito, cercano a 2%, después rehicimos lo mismo con otros marcadores y nos daba igual. Pero lo repetimos en Tacuarembó y ahí nos dio valores de alrededor del 20%», explicó. 

Igualmente, para confirmar o descartar un determinado origen se plantean algunos problemas, señaló la investigadora, «para comparar preciso muestras de las poblaciones parentales, que son aquellas a partir de las cuales supongo que se formó mi población». En el caso de Uruguay estas son europeas, indígenas de la región y africanas subsaharianas Si bien en Uruguay hay personas que saben o creen saber que son descendientes de indígenas, «no hay comunidades de las que se pueda obtener datos de una población parental para estudios de antropología biológica», puntualizó. Además, en ese momento «en la mayoría de los sistemas de marcadores genéticos no había datos de charrúas y había muy pocos sobre los guaraníes», relató. Estas son las dos etnias que se consideraban mayoritarias al comienzo de estos estudios. Por tanto, y aunque no era lo ideal, Sans y sus colegas se basaron en datos conocidos de indígenas americanos de otras zonas del Cono Sur y Brasil. Aclaró que actualmente hay información mucho más afinada, «seguimos sin información específica sobre charrúas pero tenemos otro tipo de datos que en ese momento no había». 

Herencias

La mayor parte de la información genética en nuestras células es una combinación heredada de ambos progenitores; está contenida en nuestros cromosomas, que en total son 46 (44 llamados autosómicos, y dos sexuales), dentro del núcleo celular. Pero hay una pequeña cantidad de ADN materno fuera del núcleo, en nuestras mitocondrias. Este proviene únicamente del óvulo porque el espermatozoide pierde sus mitocondrias al fecundarlo; por tanto ese material genético se transfiere sólo desde la madre a sus hijos, tanto varones como mujeres, pero no de los padres a su descendencia, explicó la investigadora. 

Cuando las tecnologías de la biología molecular se desarrollaron y difundieron a nivel mundial, Sans y su equipo abordaron el estudio de ADN mitocondrial en muestras de la población uruguaya. «Nos interesa el ADN mitocondrial porque es muy pequeñito, tiene solo 16.569 pares de bases, frente a los 3000 millones de pares de bases del ADN cromosómico. Este pequeñito ADN al transmitirse sin recombinar, de mujer a mujer sucesivamente, permite ver el origen geográfico que está muy bien determinado porque las características de este ADN lo hacen más fácil de estudiar. Cuando en el ADN mitocondrial aparece una mutación, se conserva miles de años». 

Debido a esto el ADN mitocondrial permite seguir la evolución genética de las poblaciones y sus linajes; según la ubicación de mutaciones específicas, es posible diferenciarlas en «haplogrupos». Algunos de estos grupos son bien conocidos, como el que presenta las características originales de la primera mujer africana que es ancestro común de todos los Homo sapiens. A partir de este surgieron otros grupos en Oriente Próximo que luego se trasladaron a Europa, mientras que otros se trasladaron hacia Asia del Este y de allí vinieron a América, explica Sans. Esta caracterización permite a los antropólogos afirmar que los haplogrupos llamados A,B, C o D, provienen de Asia del Este o de América. En Uruguay, «si el ADN mitocondrial se corresponde con alguno de ellos, decimos que casi seguramente es de nativo americano, dado que hasta ahora en nuestras muestras no encontramos personas con antepasados de Asia del Este». Aclaró que los haplogrupos permiten establecer una ubicación geográfica «a nivel macro» pero todavía es muy difícil relacionar un determinado ADN mitocondrial con una etnia en particular. 

Madres de la Banda Oriental

Si bien la investigación histórica confirma el genocidio charrúa, los trabajos de Sans permiten afirmar que este afectó fundamentalmente a los hombres. Luego de varios estudios con ADN mitocondrial, sus estudios confirmaron que casi 34% de la población uruguaya tiene ancestría indígena por línea materna. Este es un promedio nacional pero hay diferencias notorias entre departamentos, indicó la investigadora: en Tacuarembó esta alcanza al 62% de la población, mientras que en Montevideo se encontró en el 26%, según datos que fueron ajustados en 2021. Es decir, los trabajos reafirmaron lo que Sans y sus colegas suponían mucho antes, al estudiar marcadores morfológicos. 

Estos aportes contribuyeron a dar a las mujeres indígenas un lugar en nuestra historia. El naturalista Auguste de Saint Hilaire, que en 1819 atravesó la Banda Oriental, relata en sus escritos haber conocido a hombres europeos que vivían «con su mujer indígena» y en ocasiones tenían «numerosa prole», comentó la investigadora. «Toda esa prole tenía cromosoma Y español y ADN mitocondrial indígena. También sabemos que los hombres muchas veces tenían una mujer en la ciudad, muy probablemente de origen europeo, y que en el siglo XIX eran muy pocas las mujeres que iban desde allí al campo. Ahora se conoce que Artigas, Rivera, tuvieron hijos naturales y en el caso de Artigas que se cruzó con indígenas. Los relatos nos dicen que era común que los hombres europeos se mezclaran con mujeres indígenas, y en muchos casos suponemos que sus hijos heredaban las tierras». 

Además, hay muchos registros históricos donde se menciona a «fulanito de tal, español, y su mujer, oriental», puntualizó, «pensamos que la única forma de explicar por qué vemos tanto aporte indigena está en esas mujeres “orientales” que creemos ahora que eran en su mayoría indígenas o mestizas». Esta hipótesis daría sentido a los datos porque un tercio de la población con este origen «es un porcentaje altísimo», enfatizó. Agregó que «en los hechos, el porcentaje de personas con algún ancestro materno indígena es mucho más alto, porque cuando hay hombres se pierde ese ADN mitocondrial». 

Sans entiende que por mucho tiempo estas pobladoras no fueron visibles porque en general no tenían voz, «los que tuvieron voz en el relato son los hombres y de hecho son los que escribieron la historia. Además, en las familias se hablaba muy poco de los orígenes y al aniquilar a los hombres, el relato se silenció totalmente». 

Lo que guarda el cerrito

La investigación a partir del ADN mitocondrial dio lugar a numerosos proyectos. En colaboración con el antropólogo Gonzalo Figueiro, Sans analizó y comparó este ADN en restos encontrados en cerritos de indios. En especial, trabajaron con un linaje que descubrieron «un poco de casualidad», al observar que en el mismo cerrito dos individuos presentaron una misma mutación extra poco común, que solo encontraron allí. «Después, cuando hicimos el estudio de Vaimaca Perú identificamos esa misma mutación, y vimos que hay una relación». 

Sans observó que los restos de Vaimaca tienen una antigüedad de 200 años, mientras que la misma característica se halló en restos provenientes.de una mujer con una antigüedad de 1600 años, encontrada en la parte baja del cerrito. La investigadora sostiene que es muy pronto para asegurar que esa mutación pueda relacionarse directamente con alguna de las etnias que vivieron en este territorio: «podemos asegurar que Vaimaca era charrúa, lo que no podemos asegurar es que su madre o tatarabuela también fueran charrúas. Sabemos que había intercambio y rapto de mujeres, no podemos decir que los restos más antiguos son de ancestros de los charrúas, aunque de alguna manera sí lo son los que hicieron el cerrito. Ahí hay una controversia fundamentalmente entre los etnohistoriadores y nosotros que pretendemos aportar desde nuestro lado, sobre si los que estaban primero en el territorio eran guenoas o eran charrúas». 

De todas formas el hallazgo indica que en el transcurso de 1000 años los indígenas volvieron al mismo lugar, explicó, «no es que el mismo grupo haya estado 1000 años ahí pero suponemos que había una cierta recurrencia, que determinada familia o clan volvía a un lugar en particular». 

Agregó que buscaron esa mutación en algunas muestras de población uruguaya actual y que llegaron a identificar nueve personas con este rasgo. «Aparecen al azar en diferentes estudios. Cada vez que hacemos una muestra de 100 individuos, surge alguno que la presenta», puntualizó. 

Desde el punto de vista biológico Sans entiende que es muy probable que no se puedan diferenciar nunca charrúas de guenoas porque las evidencias señalan que ambos pertenecen «a una misma macroetnia de origen básicamente pampeano, a la que también están vinculados los querandíes, otra etnia que vivió en la Pampa Argentina y que fue perseguida y masacrada igual que aquí los charrúas». 

Pampas y guaraníes

A partir de distintos enfoques los antropólogos han determinado algunas características de los primeros pobladores en este territorio, por ejemplo, en relación a su movilidad: «sabemos que básicamente los charrúas y los guenoas se adaptaron al caballo. Lo mismo pasó en la Pampa argentina con los querandíes, e incluso los mapuches se trasladaron desde la Patagonia hacia la Pampa porque empezaron a usar el caballo. De hecho antes que llegaran los europeos ya estaban adaptados al caballo». En otros aspectos se manejan hipótesis que falta aclarar, una se relaciona con la alimentación: «aquí en Uruguay se ha visto que junto a los habitantes de los cerritos de indios aparecen cultígenos (especies cultivables como calabaza, boniato y maíz). No está demasiado claro si realmente cultivaban o las conseguían a través de intercambio, pero aparecen ahí». 

Al contrario de lo que han sostenido algunos investigadores, Sans plantea que «no hay la menor duda respecto a que en Uruguay no solo había guaraníes». Tal vez esta idea prosperó porque «en los registros eclesiásticos los únicos indígenas que aparecen son misioneros guaraníes», indicó, «eran los que se bautizaban, venían [desde el norte de la Banda Oriental] ya convertidos al catolicismo y por eso hacían todos los ritos a través de la iglesia: bautismo, matrimonio, defunción. Los otros indios tenían sus propias costumbres y normalmente no pasaban por la iglesia». 

Otros rasgos permiten diferenciar grupos indígenas, por ejemplo, «casi todos los guaraníes actuales tienen haplogrupo A», explicó, «en Uruguay ese haplogrupo es el tercero en frecuencia después del B y el C; esto nos da una pauta de que la herencia indígena presente no puede ser solo guaraní. También hay características físicas, descripciones de cómo eran los guaraníes y cómo eran los charrúas. Se ha dicho con frecuencia que los guaraníes eran más bajos, de piel más clara, con rostros redondeados, y los charrúas eran de piel más oscura, pómulos muy salientes, narices aguileñas pero achatadas. Este tipo de complexión se ve en Uruguay, sobre todo en el norte del país. Asumimos que esas características responden más al tipo indígena pampeano-patagónico». 

En un estudio reciente Sans, Figueiro y colaboradores estudiaron 32 genomas mitocondriales (mitogenomas) completos de origen indígena, y observaron muy distintos orígenes. Este trabajo indica que Uruguay pareciera ser la región de confluencia de distintas migraciones desde Brasil, Chaco, Pampa, e incluso más lejos como la región Andina, según lo que se refleja en esos mitogenomas, explicó. 

Por línea paterna

Después de avanzar en estudios sobre la herencia materna, la investigadora se planteó una nueva pregunta: ¿qué aporte indígena tiene la población uruguaya actual por línea paterna? Una manera de saberlo es estudiar el ADN contenido en el cromosoma Y, que se transmite únicamente de padres a hijos varones. En 2019 Sans recibió el Premio L’Oréal-UNESCO Por las Mujeres en la Ciencia para llevar adelante el proyecto «Filogeografía de cromosomas Y para la comprensión del origen y relaciones de los indígenas del Uruguay y sus descendientes». 

Los estudios para este proyecto, que aún lleva adelante, arrojaron que en promedio en Uruguay apenas 1% de los hombres tiene ancestría indígena por línea paterna. Este dato se halló estudiando a más de 80 voluntarios que creían tener antepasados indígenas por el lado paterno, observó Sans. En algunas regiones este valor es más elevado: en Tacuarembó, en muestras al azar, se encontró que 3,4 % de los hombres presentaban haplogrupos de origen indígena en el cromosoma Y en común, mientras que en este mismo departamento en más del 50% de las personas estudiadas se detectó herencia materna indígena. En esta línea continúa trabajando la investigadora Patricia Mut, indicó Sans. 

En tanto en Salto, se comprobó herencia indígena en el cromosoma Y en alrededor de 5% de los individuos analizados, en un estudio a cargo de Julio da Luz, del Laboratorio de Genética Molecular Humana de la sede local del Centro Universitario Regional Litoral Norte. A nivel nacional la proporción es muy baja porque en Montevideo, donde se concentra más del 40% de la población, esta herencia prácticamente no se detecta, puntualizó. 

Tatarabuelos y bisabuelas

Otro desafío que se propuso el equipo de Sans fue determinar la proporción de ancestría indígena en la población uruguaya como resultado del aporte materno y paterno combinados. Para esto analizaron el ADN autosómico, es decir el que se encuentra en los cromosomas no sexuales, buscando una serie de genes que se corresponden con ese origen. Al mismo tiempo buscaron también el aporte de ancestros africanos. 

Encontraron que los uruguayos tenemos en promedio 14% de ancestría indígena, proveniente de antepasados hombres y mujeres. Este porcentaje «es el equivalente a tener un bisabuelo o bisabuela indígena, incluso un poco mayor. Hay gente que sabe que sus ocho bisabuelos son europeos o de Oriente Próximo, entonces por cada uno que no lo tiene, otro tiene dos», explicó. En cuanto al aporte africano, este estudio lo detectó en el 8% de la población, lo que sería equivalente a tener un tatarabuelo o tatarabuela africana, señaló Sans. Por tanto «la característica de la ancestría en un uruguayo promedio sería: ⅛  indígena, 1/16 africano y el resto básicamente europeo, de Próximo Oriente o Meditarráneo», expresó la investigadora. 

En común

Sans continúa llevando adelante nuevos proyectos en esta área. En estos trabajos confluyen investigadores que aportan diferentes abordajes y perspectivas, explicó. Por ejemplo, con Figueiro trabaja en un estudio sobre genomas completos de restos antiguos del mismo cerrito de indios mencionado. También sigue desarrollando estudios relativos al cromosoma Y en restos antiguos. Sobre estos, en Uruguay realizan un análisis «básico» y luego envían las muestras a distintos laboratorios fuera del país donde es posible obtener una caracterización más completa del total del genoma nuclear. «La realidad es que acá no se puede hacer el análisis de ADN antiguo a ese nivel, no tenemos un laboratorio adecuado porque hay un problema de contaminación de las muestras. No se pueden mezclar análisis de ADN de personas vivas con ADN antiguo, se necesita un laboratorio dedicado solo a esto. No estamos ni cerca de poder tenerlo, por ahora la lógica es mandar las muestras afuera», indicó Sans. 

La búsqueda de marcadores genéticos para las etnias indígenas que ocuparon nuestro territorio antes o después de la llegada de europeos y africanos, sigue adelante. En el marco del proyecto Urugenomes, Lucía Spangenberg y otros investigadores del Instituto Pasteur analizaron genomas completos de un grupo de voluntarios y determinaron segmentos de cromosomas de origen indígena que podrían corresponder a la etnia charrúa. Los resultados se difundieron en un trabajo publicado en setiembre de 2021 con la participación de Sans. Estos hallazgos serán importantes cuando se pueda comparar la información encontrada con las características de ADN antiguo, es decir, se está trabajando para poder decir «esto puede ser charrúa o no» en base a determinados fragmentos de ADN, explicó Sans. 

Por otro lado, Sans trabaja con el investigador Pedro Hidalgo en un estudio de  genética en relación con la distribución de apellidos en distintas regiones del país. Trabajos anteriores sobre la distribución y agrupamiento de los apellidos en el territorio permitieron observar que al norte del Río Negro cada departamento conforma «una unidad que no se relaciona con otras»; el actual proyecto propone indagar si esta observación se corresponde con la genética. «Pensamos, al menos como hipótesis, que por lo menos el cromosoma Y debiera reflejar eso y tal vez el autosómico, y probablemente no el materno», explicó.

Los trabajos de Sans han recibido recursos de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Udelar, de la ANII, de L’Oreal y de otros fondos del exterior. Contar con más financiamiento haría posible ampliar el tamaño de las muestras al diseñar los estudios, indicó, así como también renovar y mantener el equipamiento de los laboratorios y contratar personas.

Identidad

Respecto al exterminio de indígenas, Sans comentó que tristemente sucedieron hechos similares en toda América, pero Uruguay «es de los pocos países que no lo ha reconocido». Su trabajo tiene muchísima repercusión en las asociaciones de indígenas o descendientes de indígenas, «me alegra porque los datos que vamos encontrando me parecen sumamente importantes porque es un poco devolverles la historia familiar a las personas, sirven para comprobar o reafirmar algunos hechos. Mucha gente empieza a averiguar, arma y rearma su historia a partir de un dato que nosotros le damos y eso me parece fantástico. Nosotros siempre tratamos de dar el resultado a cada uno, algunos quedan desilusionados porque tenían información de ancestros indígenas y esto no aparece en su información genética, pero les explicamos que en algún momento se puede haber cortado cuando viene por el lado paterno».

Los estudios de Sans y otros colegas cambiaron el relato que se imponía hasta hace 30 años sobre la identidad de los uruguayos, sin embargo «algunos lo mantienen», comenta la investigadora. Con su equipo, hasta antes de la pandemia, solían concurrir a escuelas y liceos para difundir esta temática, «hay maestras y profesores de liceo súper interesados y otros no tanto. Los chiquilines son los que más se copan con las ancestrías, no solo con lo indígena sino que también hablamos de la africana». Para seguir adelante la investigadora entiende que es bueno contar con la difusión de los trabajos y sus resultados, también en el ámbito de la enseñanza primaria y secundaria. «Esta es una forma de llegar al mundo y a la sociedad uruguaya con conocimientos sobre nuestra identidad», indicó.

Fuente: universidad.edu.uy

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